Algunos observadores señalan que la transición energética es intrínsecamente inflacionista, ya que las empresas se ven obligadas a invertir menos en energía fósil en un momento en que los costes de las energías renovables siguen siendo elevados. El mercado lo ha definido como inflación verde, es decir, la contribución de las políticas medioambientales al coste de suministro de bienes y servicios que se traslada a los precios al consumidor a través de las cadenas de suministro. En realidad, hay una serie de normas y políticas que pueden influir en la inflación. El rechazo internacional a la globalización -por ejemplo, la continua imposición de aranceles comerciales- es una de las fuerzas que presionan al alza los precios.
Mientras que la pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de las cadenas de suministro y las redes logísticas mundiales, la invasión rusa de Ucrania ha ampliado los factores inflacionistas al retrasar el proceso de recuperación y al amplificar las presiones sobre los precios de las materias primas, ya que la guerra restringe el acceso a la energía, los metales y los cereales.
Sin embargo, la razón por la que EE.UU. tiene un problema de inflación no se debe a las políticas climáticas, sino a que su economía fue sobreestimulada al salir delCovid-19. Estados Unidos mantuvo políticas monetarias y fiscales acomodaticias durante demasiado tiempo, y ahora su mercado laboral está al rojo vivo.
Es posible que se produzca un auge de las materias primas durante varios años en áreas de energía renovable que requieren componentes especializados -como los metales de tierras raras- debido a la elevada demanda y a la limitada oferta. Pero, en general, no vemos que la inflación verde contribuya significativamente al aumento de los precios al consumo a largo plazo.
Las políticas climáticas tienden a funcionar durante décadas, lo que significa que son un motor estructural de los precios relativos. Sin embargo, a nivel global, los consumidores sólo experimentarán una inflación elevada y sostenida si los principales bancos centrales lo permiten. De hecho, incluso aunque viéramos un aumento sostenido de los precios de las materias primas, no esperaríamos que la inflación general se mantuviera por encima de los objetivos de los bancos centrales durante períodos prolongados.
Por todo esto, animamos a los inversores a que miren más allá del corto plazo y a que piensen en las probables consecuencias desinflacionistas de un prolongado endurecimiento de la política económica mundial.
Animamos a los inversores a que piensen en las probables consecuencias desinflacionistas de un prolongado endurecimiento de la política económica mundial.
En realidad, la narrativa en torno a la inflación verde está siendo impulsada por lo que está sucediendo en Occidente. En general, la inflación es mucho más baja en Asia-Pacífico, donde la política climática se encuentra en una fase mucho más temprana de aplicación y no hay las mismas limitaciones en el sector de los combustibles fósiles. Además, los retrasos en la reapertura de las economías asiáticas tras la pandemia han hecho que los niveles de actividad sean más modestos.
La creciente importancia de Asia
Una cuestión clave que los inversores deben tener en cuenta es el papel que desempeñará Asia-Pacífico en la innovación tecnológica necesaria para llevar a cabo la transición energética mundial, y si ésta será desinflacionaria. Desde el punto de vista macroeconómico, las iniciativas políticas de los gobiernos y los bancos centrales de Asia-Pacífico han sido más prudentes, con menos voluntad de apuntalar los mercados de forma artificial. La región tiene unos niveles de deuda mucho más bajos, menos limitaciones para los gobiernos y una fuerte capacidad de actuación del Estado. Además, los gobiernos y las empresas asiáticas disponen de un enorme capital para llevar a cabo la transición energética.Por todo esto, pensamos que las empresas asiáticas desempeñarán un papel cada vez más importante en las carteras de los inversores. No puede haber transición energética sin Asia, donde la contaminación industrial ha obligado a los gobiernos a actuar.
La fuerte inversión ha hecho que el coste de la tecnología se reduzca drásticamente en la última década. La energía solar llegó a ser más barata que la de carbón en 2015 en la India, lo que le permitió invertir en energías renovables de forma bastante agresiva. En este sentido, creemos que la innovación tecnológica que estamos viendo en las empresas asiáticas para resolver problemas del mundo real debería reflejarse mejor en las carteras. Algunas de dichas compañías están trabajando duro para reducir el coste del hidrógeno verde.
En ninguna parte es esto más relevante que en el sector manufacturero altamente contaminante de China, que necesita adoptar nuevas energías para limpiar cadenas de suministro enteras. China quiere hacer con el hidrógeno verde lo que ya ha hecho con la tecnología solar y con algunas tecnologías de turbinas eólicas. En términos generales somos optimistas, ya que bastará con que países como India y China avancen para tener un impacto notable en la corrección de algunos problemas que sufre el planeta. En última instancia, queremos que el poder del capitalismo y la innovación se vuelquen en la transición energética mundial.
Sin embargo, las naciones más ricas deben cumplir sus compromisos de ayudar a los países más pobres para que no se queden atrás de forma rutinaria. Aunque China seguirá desempeñando un papel fundamental en el abaratamiento de los costes de la tecnología, esto llevará tiempo y los países más pobres necesitarán apoyo en el ínterin. Por supuesto, los gestores de activos tienen parámetros sobre en qué pueden y no pueden invertir. Los países pobres suelen tener una baja calificación crediticia, problemas de gobernanza o mercados de capitales que no están completamente formados. Debemos encontrar la manera de movilizar el capital en beneficio de estos países; es parte de la ecuación que hay que resolver.
A corto plazo, algunas soluciones parecerán inflacionarias. Los vehículos eléctricos, por ejemplo, son más caros que los de motor de combustión interna. Sin embargo, en los vehículos eléctricos es donde más vemos caer los precios relativos, y lo mismo ocurre con una amplia gama de tecnologías renovables, como la solar fotovoltaica. Dicho esto, las fuerzas que hoy parecen inflacionistas pueden ser desinflacionistas en el futuro. También llegará un momento en el que los precios de las materias primas caigan, y como gran importador de materias primas, Asia sería uno de los principales beneficiarios.
Ante este escenario, lo que corresponde a los gestores de activos cuando promueven las inversiones sostenibles es comunicar que se trata de una decisión a largo plazo. Las empresas de materias primas y de combustibles fósiles van bien porque los costes de producción han subido más lentamente que los precios, lo que es bueno para los beneficios y las valoraciones. Por el contrario, las valoraciones de las energías renovables se encarecieron por momentos el año pasado porque muchas de las empresas son de crecimiento, por lo que, al aumentar la estructura de los tipos de interés, también aumentó el tipo de descuento aplicado a sus beneficios, lo que provocó un importante rendimiento inferior.
Todo esto pone de manifiesto que es probable que los inversores experimenten muchas fluctuaciones a lo largo del camino. Incluso si se confía en que los bancos centrales acabarán solucionando este problema, las estrategias que tratan de gestionar la inflación y la volatilidad serán atractivas desde un punto de vista más a corto plazo.